Las historias de la saga Final Fantasy han sido, desde siempre, algunas de las más elaboradas de la industria del ocio digital. Principalmente debido a su alto componente de diálogos y universo fantásticos que se crean alrededor de un título del género RPG.
La bruja Edea, villana principal durante más de la mitad del Final Fantasy VIII, no llego a la altura de otros personajes de la serie, como Kefka o Sephirot, pero tiene una personalidad y una historia muy digna de ser contada.
Algunas escenas de este juego, técnicamente muy superior al FF VII pero para muchos fanáticos no tan contundente en lo que a trama y jugabilidad se refiere, son de las más recordadas. Y personalmente no olvidaré jamás a Irvine Kinneas disparando su rifle de francotirador contra Edea y el escudo protector que la hechicera hace aparecer. Simplemente imperdible.
Su pasado esta envuelto en misterio, y las revelaciones que la convierten de villana principal a personaje de soporte serán lo bastante sorprendentes como para que no ofrezcamos un spoiler de la brillante historia que se desarrolla entre ella y el grupo de personajes principales.
Lejos de su apariencia despiadada, se esconde una persona gentil, bondadosa y muy afectiva. Dueña de un orfanato alejado de la civilización, desde joven ha sido una poderosa hechicera, y muy temida por algunos debido a que en el pasado las hechiceras utilizaron sus poderes para dominar al mundo con terror y muerte. Algo que en un principio ella parece propiciar.
Ella es la responsable de crear a los SeeDs junto a su esposo. Con esta fuerza militar, ella pretendía que las naciones estuvieran preparadas si alguna vez los poderes de una hechicera desataban una guerra como la que acabo con el continente de Cetra. Ella recibió los poderes de una bruja moribunda y desconocida a los cinco años, y la maldad que la corrompe no sucede sino hasta poco antes del comienzo del juego, por lo cuál no se sorprendan al enterarse que en el pasado, Edea supo ser muy amable e importante para varios de los personajes del juego.