Lara Croft, de la serie Tomb Raider, técnicamente no necesita presentación. Hace más de 10 que viene ofreciendo aventuras repletas de acción, acrobacia y elementos fantásticos que recuerdan a las películas de su contraparte masculina, Indiana Jones.
Recientemente, con Cristal Dynamics haciéndose cargo de la saga, su historia como la conocíamos ha dado un vuelco, pero los rasgos principales se mantienen, Lara es una mujer de clase alta que prefiere la vida al límite, explorando ruinas antiguas, buscando tesoros escondidos y enfrentándose a todo tipo de amenazas mientras se sumerge en aventuras imposibles con razas ancestrales u objetos milenarios y llenos de poder.
A diferencia de lo que narraban los primeros tres juegos, en Tomb Raider: Underworld se nos plantea que Lara no se llevaba mal con sus padres. Al contrario, tras un incidente en las montañas del Himalaya (donde Lara debió sobrevivir 10 días sola hasta llegar a un lugar habitado y pedir ayuda por teléfono) nuestra heroína se la pasaría viajando de un lado a otro con su padre, buscando tesoros y aprendiendo sobre esa extraña y activa vida de explorador.
A los 18 años su padre desaparece mientras realiza una búsqueda en Tailandia y a partir de allí comienzan los problemas para Lara. No sólo no encuentra el cadáver de su padre, sino que debe pelear legalmente contra su tío, Lord Errol Croft, por la herencia de la mansión y otros títulos de la familia. Luego de ganar, Lara quedaría totalmente aislada de sus familiares aún con vida.
Lara es, además de una excelente acróbata y exploradora, una persona un tanto violenta. Que no se detiene demasiado a pensar en la destrucción de los sitios arqueológicos sino a sobrevivir las diferentes amenazas que se yerguen sobre ella (lobos, osos, hombres armados).
Un icono sexual y una belleza incomparable, la exploradora de tumbas más famosa de los videojuegos ha regresado a la popularidad gracias a Tomb Raider: Legend y Underworld, donde se recupera la esencia que la hiciera conocida allá en los inicios de la Play Station.