La de los videojuegos es una industria relativamente joven, pero muy evolutiva, muy cambiante. Y no ya a nivel técnico, sino en lo referente a las costumbres de los usuarios finales. El videojuego es una forma de entretenimiento que se ha masificado a lo largo de los años, ahora llega a un espectro de la sociedad muy amplio, aunque aún joven. Esto quiere decir que si bien antes se creaban juegos para jugadores, ahora se hacen para todo el mundo, con las implicaciones inmediatas que esto tiene.
Lo hemos visto claramente en las producciones de cine que nos ofrece Hollywood: todas las películas comerciales son, en esencia, iguales, los personajes son planos, los diálogos infantiles, y la importancia de los filmes recae en lo que ocurre, y no tanto en por qué ocurre, que consecuencias tienen los hechos, o como afectan estos a los personajes y sus relaciones. Este descenso en la necesidad de reflexión de los clientes, o sea, las personas que asisten a las salas de cine, suele tener resultados positivos sobre la recaudación, puesto que el número de usuarios que acceden a la película no está limitado inferiormente por requerimientos intelectuales.
Esto mismo pasa en la industria de los videojuegos. Tenemos millones de shooters, de juegos de tiros, que requieren de ciertas habilidades mecánicas para ser jugados, pero que en cualquier caso presentan una experiencia de juego más relacionada con la acción que con la reflexión. Atrás quedaron esos grandes RPGs japoneses que tanto disfrutábamos y que tantas horas de pasión nos presentaban en tiempos de Super Nintendo o PlayStation One.
Los japoneses se han quedado un poco atrás en la industria, o han optado por hacer juegos más globales, en lugar de lo que a ellos mismos les gusta, los juegos de rol. Tanto es así, que a lo que antes llamábamos, simplemente, RPG, ahora tenemos que llamarlo JRPG, puesto que los juegos de rol japoneses han quedado en un segundo plano, dejando hueco a los juegos de rol occidentales, que en otros tiempo eran algo propio de PC, que no aparecían en consolas, pero que ahora desplazan a los jugadores de sistemas embebidos de toda la vida.
En este contexto, y con la gran empresa del género, Square Enix, casi avergonzada por la evolución de sus juegos en los últimos años, nos encontramos con una pequeña maravilla que tan solo es posible, hoy en día, en consolas portátiles. Bravely Default es el nuevo y maravilloso RPG de Square para Nintendo 3DS.
En 2012, se lanzó en Japón Bravely Default, un videojuego que la multinacional japonesa encargó a Silicon Studio, un pequeño estudio de desarrollo afincado en Tokio y que en 2010 había ganado algo de fama por su juego 3D Dot Game Heroes. Y el público japonés acogió bastante bien el nuevo juego para 3DS del estudio, viendo, en él, la esencia perdida de Final Fantasy.
Pensábamos que no llegaría a occidente, pero aquí está, Nintendo ha decidido publicar el juego por estas tierras. Quizás con un nivel argumental algo inferior a los Final Fantasy clásicos, pero con todo el sabor de estos: combates por turnos, un mapamundi, barcos para navegar, invocaciones, tesoros escondidos… Bravely Default nos trae todo eso que echábamos de menos.
El título Bravely Default hace referencia a opciones de los combates que los impregnan de un toque estratégico muy interesante. Los personajes pueden ganar o perder turnos, en función de si queremos acumular poder, o defendernos de lo que está por venir. Pensar para ganar batallas es algo que echábamos mucho de menos, y que se ha minimizado mucho en los últimos Final Fantasy.
Bravely Default coincide en un aspecto con el otro gran RPG de esta época, Ni No Kuni: un apartado artístico soberbio. Rresenta unos escenarios bellísimos, casi sacados directamente del lápiz del diseñador. Como ocurría hace muchos años con otros RPGs, vas a querer comprarte un art-book de este juego.
Después de muchos años de decepciones, Square Enix nos regala un videojuego de rol clásico, pero que no se limita a eso, sino que presenta novedades refrescantes que lo convierten en un imprescindible para los amantes del género, tanto tiempo abandonados.