Life Force es el nombre con el cual se conoció en Estados Unidos a una de las joyas del Shoot’em Up desarrollado por la reconocida compañía Konami.
En 1986 llega a Japón bajo el título de Salamander, como una derivación de su serie de naves especiales y scroll lateral titulada Gradius, y agrega varias características que luego serían utilizadas en la serie principal, agregándole un atractivo aún mayor para los jugadores casuales.
Las innovaciones incluían la posibilidad de juego cooperativo, un sistema de habilidades mejorables muy sencillo (a base de recoger distintos Power Ups) y la correcta mezcla de escenarios de scroll horizontal y lateral, además de una necesidad de atención constante ante las decenas de enemigos y rayos láser que surcan cada pantalla.
El éxito de Life Force en los salones arcade le valió adaptaciones para las consolas más populares de la época, desde NES y Commodore 64 hasta MSX, PC Engine y ZX Spectrum, pero las versiones que hoy nos competen son, por un lado la que llega a Nintendo Wii gracias al sistema de Consola Virtual, y por otro la inclusión de Salamander (Life Force) en un compilado para PSP llamado Salamander Portable.
A diferencia de Gradius, Salamander ofrecía un diseño de niveles mucho más elaborado, así como escenas memorables en los que nuestra habilidad como pilotos realmente era puesta a prueba, solo basta recordar la tercera fase donde debemos esquivar las lenguas de fuego que surgen aleatoriamente en un planeta de lava.
Además del juego en cooperativo, una de las diferencias de Life Force respecto de Gradius reside en su sistema de “vidas” y “continues”. En el modo de un jugador no tenemos la posibilidad de continuar la partida, pero a diferencia de Gradius, nuestra muerte no nos lleva a un punto de chequeo predeterinado, sino que reaparecemos en el mismo lugar de la pantalla. En el modo cooperativo disponemos de dos “continues”, dado que la dificultad aumenta al pilotear a Vic Viper y Lord British.
Cabe destacar que Life Force y Salamander son títulos técnicamente similares, pero de dificultades diferentes, ya que el público japonés pudo disfrutar de un reto aún mayor que su contraparte occidental.